sábado, 2 de abril de 2016

Quien soy

POSIBLE GUÍA – ENTREVISTA TESTIMONIO HISTÓRICO VOCACIONAL OMI

Hablar de la familia y del ambiente familiar: padres, hermanos…


Tengo tres hermanos, conmigo por tanto cuatro. Mis padres fueron muy cariñosos, muy agradables en mi familia guardamos momentos vividos muy enriquecedores. Mi padre trabajaba primero como representante de diferentes compañías. Por un motivo u otro, mi padre dejó la representación de las empresas de Tv, maquinaria agrícola, etc… para dedicarse al campo. Esto supuso para nosotros un cambio de perspectiva. Mi madre como todas las madres era muy hacendosa. Como la mujer de la biblia. Siempre preocupada de sus hijos, para que no les faltara nada. Pero ella también se preocupó de nosotros en el plano espiritual porque es también sabido que la mujer castellana  es muy religiosa.

Hablar de la historia vocacional:

¿Cómo conociste a los oblatos?
Conocí a los oblatos desde niño. En mi familia teníamos uno, mi tío que por cierto llevaba el mismo nombre que yo. Mi tío, hermano de mi padre nos habló de los oblatos pero es curioso, nunca me dijo que me hiciera oblato.
¿Por qué fuiste con ellos?
Fue a los 14 años cuando me fui al seminario menor. Entonces corría el año 1974. Ya habrás comprobado mi edad. Soy por tanto un oblato de los más jóvenes de los mayores. Pero también tengo que decir que cuando me fui al seminario no pensaba ser oblato. Eso fue poco a poco madurando. Siempre en oración y en discernimiento.
¿En qué momento experimentaste que el Señor te llamaba? No puedo decir que exista un momento concreto en el que te des cuenta de que Dios te llama. Es un conjunto de situaciones, de motivaciones, lo que te lleva a decidirte. Es difícil al principio responder, porque te da la impresión de que no eres el más indicado y de que no serás capaz de realizar el ideal al que el Señor te llama por medio de muchas llamadas y por medio de muchas voces. Ahora las llamamos mediaciones.

Hablar del periodo del juniorado. Dónde fue, qué años, qué recuerdos resaltaría.

El juniorado para mí fue un periodo de mucha paz, de mucha alegría, de muchos sueños e ideales. Soñábamos con ser igual que aquellos misioneros que nos visitaban y nos contaban historias maravillosas. Propias de héroes similares a los TBOs que leíamos como el Capitán Trueno, o personajes de ficción.
El niño en la edad de la adolescencia quiere verse reflejado en algún héroe, en algún personaje que quisiera imitar. Para nosotros los verdaderos héroes tenían un atractivo especial. Eran los misioneros. Esta palabra sobre todo decirla a los amigos y decirles quiero ser misionero te llenaba de orgullo “no es como ahora… jejej “. En el juniorado aprendimos a conocer más al fundador. Yo recibí el Cristo que consistía en nuestro primer símbolo de que ya éramos más oblatos. Veíamos el Cristo grande de los profesores y queríamos nosotros tener también nuestro propio Cristo. Este se conseguía después de tener un buen comportamiento y después de tener buenas notas. Confluían las dos cosas cuando era uno considerado buen chico. Obediente, responsable, estudioso. Recuerdo que era lo que nos inculcaban en el tiempo de formación del juniorado. Disciplina, trabajo, sentido de la responsabilidad, sentido del deber y sobre todo, nos enseñaban a ser buenas personas, aceptar los modos de pensar de los demás en el fondo, inculcaban en nosotros valores. El respeto a la autoridad, el compañerismo, en todo momento nos inculcaban lo que serían las bases de un futuro religioso pero sobre todo, las bases de lo que en germen era un futuro misionero. No en vano a estos lugares se les llamaba semilleros de futuras vocaciones.
A decir verdad, no todos los que estudiamos en el juniorado llegaron a ser religiosos y oblatos. Es verdad que por el camino quedaron muchos que hubieran sido, así lo considero buenos sacerdotes en el futuro. Pero esto no fue siempre así. Muchos además salían del juniorado rebeldes, con un pensamiento más bien contrariamente a lo que podríamos pensar, descreídos, etc. Esto a mí personalmente me dolía mucho. Como es posible que viviendo los mismos valores, viviendo la misma educación, viviendo los mismos momentos, las mismas experiencias, unos salían “rebotados”. Es algo que no puedo explicarlo más que admitiendo la gracia de Dios en mi vida, como él me fue eligiendo, y después me fue cuidando, haciendo crecer y sobre todo como poco a poco me acompaño en mi decisión “valiente” de entregar mi vida por los demás y servir a todos que es para mí el objetivo de la vocación.
El noviciado fue en Pozuelo. Éramos cuatro. Entre ellos el p. Luis Ignacio, hoy consejero para Europa. Nuestro maestro de novicios fue el p. Acacio Valbuena fallecido recientemente. El socio del maestro de novicios fue el p. Ramón Martínez de Pisón, hoy profesor de Teodicea en la Universidad San Pablo de Ottawa.
El noviciado obviamente fuer para nosotros la prueba de fuego. Poco a poco nos dejábamos moldear por el Espíritu que iba haciendo en nosotros su obra. Recuerdo una expresión que me impacto siempre: nos dejábamos trabajar por el Espíritu. Recuerdo en esta etapa de mi vida el amor por la oración, el amor por el rezo del santo rosario, el amor a la eucaristía y el amor a la virgen que nos inculcó nuestro maestro de novicios. El amor por los mártires hoy ya en los altares eran para nosotros también modelo de lo que tenía que ser un buen religioso. Estudiábamos al fundador, nuestras tradiciones. Poco a poco fue moldeando nuestra personalidad. El noviciado es un tiempo propicio de siembra. Se incuba ya podíamos decir el futuro religioso que uno quiere ser. Celebramos el noviciado el año 1980-1981. Fue para mí un tiempo de profundizar en mi opción fundamental. Decir ese sí que pronuncie en 1982 y que me lleno de alegría por el paso que estaba comenzando a dar. 

Hablar del periodo del Escolásticado. Dónde fue, durante qué periodo. Superior del Escolásticado y formadores, y compañeros de curso y de otros cursos. Contar algo de todo ese periodo.
                El tiempo del Escolasticado fue un tiempo de mucha entrega, de mucho estudio. Obviamente. Lo hice en Pozuelo. Mis formadores fueron el p. Fortunato, el P. Pablo que fue mi director espiritual y del que aprendí a sentir la misericordia de Dios y que me marcó su testimonio hasta cuando ya mayor, lo atendí en el hospital en los últimos días de su vida y le acompañe a las pruebas. También atendía en los últimos momentos de su vida a  mi maestro de novicios. Eso marca a uno y le invita a ser también muy comprensivo con los mayores en lo que ve un modelo de vida y de entrega. Mis formadores cincelaron mi personalidad en ocasiones rebelde, en ocasiones “pasota”, en ocasiones claramente en contra como quien se resiste a cambiar, en el fondo, como quien se resiste a convertirse.
Son los años en los que uno va adquiriendo los estudios  e integrándolos en la vida. No son lo nuestros estudios para ser más eruditos, sino para aprender a servir mejor, para enseñar de una manera sencilla la palabra, para prepararnos a la predicación, a la enseñanza del evangelio.
Unido a la formación teníamos también el compromiso de acompañar a grupos de confirmación y de hacer nuestros pinitos como monitores en la parroquia de Aluche. Yo llevaba los coros parroquiales de niños y luego también el de adultos. Las catequesis de primera comunión así como las catequesis de confirmación tanto en el pueblo de Pozuelo como en Aluche nos preparaban para ser el día de mañana pastores de la comunidad cristiana. Nos formábamos también en convivencias con jóvenes, y poco a poco adquiríamos las destrezas necesarias para acompañar espiritualmente a las personas. Cuantas “confesiones” hacíamos sin ser curas… Muchas veces nosotros también nos sentíamos impotentes ante tantas problemáticas que los mismos jóvenes te compartían, pero les acompañabas y sobre todo les escuchabas. Esto me valió mucho para aprender a acompañar a los jóvenes cuando ya sacerdote y misionero tuve la oportunidad de hacerlo de una manera más “propia” de nuestro ministerio.
Del tiempo del escolasticado también recuerdo el bien que me hicieron los compañeros de los formadores, nuestros compañeros de comunidad. Y sobre todo el bien que me hicieron los compañeros también de clase y religiosos de otras congregaciones muchos de los cuales todavía ejercen trabajos en la diócesis de gran envergadura. Fueron compañeros muy preparados, muy trabajadores y muchos de ellos llegaron muy alto. Quien sabe, alguno llegará no tardando a obispo, o cardenal.
Mi preocupación obviamente nunca fue la de escalar puestos. Solo era ser cada vez más competente, conocer más a fondo la teología para poder dar respuesta a tantas  y tantas preguntas que yo me hacía o me hacían las personas con las que yo trataba.

¿Qué día y en qué año hiciste los votos perpetuos?


El tiempo del escolasticado termina con la salida del escolasticado y la entrada en una comunidad para hacer una experiencia de formación ya sin la tutela de los formadores pero siempre bajo la mirada de alguien que eligen para que seas acompañado en esta etapa de tu vida. Mi año de formación fuera del escolasticado fue en Negurigane, Bilbao y mi formador fue el P. Eutimio. Para mi hay varias personas que han marcado mi vida. Una de ellas fue este padre que estando yo en el año de la llamada regencia actualmente, fue nombrado provincial. El p. Eutimio me introdujo de lleno en la vida parroquial. Me acompaño en mi trabajo como profesor de religión en un colegio donde había una muchachada muy rebelde y sobre todo muy “conflictiva”.
En el año en que estuve en Negurigane poco a poco fui tomando conciencia de tenía que dar el paso a los votos perpetuos. Siempre pensé que una decisión tan radical implicaba madurez y yo personalmente no me sentía maduro para esa decisión aunque los que me rodeaban me animaban, nunca me deje llevar por las circunstancias porque era algo muy fácil. Yo quería hacer la mili. Y después tomar la decisión. Al final no hice la mili porque ese año precisamente se suspendió lo que se llamaba reclutamiento. Después tome la determinación de hacer los votos.

¿Qué día y en qué año recibiste la ordenación diaconal? ¿Y el presbiterado?

Al año siguiente me cambiaron a otra comunidad, fue la comunidad de Malaga. Vaya cambio, del norte al sur. La idiosincrasia de la gente, la particularidad la diferencia de modos de ser... todo ello a mí no me supuso un problema. Me adapte bien al sur.
Malaga significó el paso siguiente en mi camino a la ordenación. Fue un año muy enriquecedor. Entre a formar parte de una comunidad muy homogénea en edades, los compañeros de comunidad eran casi todos de la misma edad. Esto traía consigo varios comportamientos un tanto distantes, un tanto complejos y por qué no decirlo, conflictivos. Aprendí que la vida de comunidad era algo difícil, que había que ceder, que había que pedir perdón, que había que perdonar, olvidar los enfados, olvidar los malos gestos. Aprendí a valorar el ponerse al servicio de los demás… comencé a vivir con los laicos una experiencia espiritual para mi muy llamativa. Por un lado era responsable de un grupo de jóvenes que cuide y que oriente en su formación aunque el tiempo mayor lo pase acompañando a una comunidad de neocatecumenal. Yo formaba parte, había hecho las catequesis y preparaba con ellos la Palabra, las eucaristías y las convivencias. Fue una manera nueva de estar en la iglesia. Fue donde aprendí a dejarme interpelar por los laicos en mi forma de rezar, en mi forma de tratar a los demás de igual a igual. Me implique también en la formación de un grupo de biblia, en una forma u otra me impliqué también en la atención a la caridad, entré a formar parte del grupo de caritas, y poco a poco se iba configurando mi ser de sacerdote. Entendido como aquel que se da a los demás y se entrega completamente.
En mayo de 1988 me ordenan de diacono. Y serví a la comunidad parroquial participando en las celebraciones, ya como ministro ordenado y trabaje con los jóvenes de una manera diferente, lleve una vida de atención a los enfermos, comencé a llevar las comuniones y sobre todo lo más significativo fue mi implicación en la liturgia. Comencé a sentir amor por la liturgia, y por el servicio. También comencé a sentir necesitad de formarme más teológicamente y todo ello para mejor servir a quien en un futuro sería también el objetivo de mi formación: los cristianos.

Mi ordenación sacerdotal

Supuso para mí un cambio completo en mi forma de vivir, en mi forma de creer, en mi forma de ser. Obviamente ser sacerdote era un don. No merecido. Pero siempre acariciado y deseado. Implicaba llegar a culminar una etapa en la vida que largamente había sido preparada con los años de formación, con las experiencias pastorales en catequesis, en convivencias, en retiros, en campamentos… ahora había que dar el sí completo. El sí total. Tantas veces soñado. Tantas veces barruntado. Poco a poco vas tomando conciencia que lo que tienes en tus manos es muy grande, que te invita a vender todo y quedarte con el tesoro que encierra el ministerio sacerdotal. Poco a poco vas viendo como tus años jóvenes se van transformando en entera disponibilidad, sosiego, calma y docilidad a la llamada de Dios que te invita cada día a una vida más radical, a una entrega más constante, más continua.
Fue la ordenación en el Juniorado. Realizada en 1989 por Mons. Lucas, obispo  emérito. Misionero en Paraguay y los últimos años realizando una labor maravillosa en la comunidad de Diego de León, entonces la casa provincial.
Para la ocasión acudieron muchos de mis compañeros oblatos tanto los recién ordenados, mi hermano Chicho, como los demás escolásticos. Pues después de nuestro noviciado comenzó a haber un crecimiento vocacional después de muchos años en los que no había entrado ninguna vocación. El último que había sido ordenado lo había hecho veinte años atrás en la provincia, para ser más exacto en 1975. Esto en un joven de 26 años llamaba la atención y para mí era providencial que fuera yo el fruto de tantos años de desvelo por las vocaciones que la provincia y los formadores habían tenido durante todo este tiempo anterior.

Vamos al periodo de las obediencias.

Año 1990 primera obediencia: Venezuela. Con P. Ramiro,  y el Paco Javi.


                La misión en principio fue la de asentamiento. Se me encargo de la atención a las parroquias y también comencé el trabajo de pastoral juvenil en misión.

Año 1999 obediencia para Oviedo: miembros de comunidad: Fortunato y p. David López.


                Se me encomendó la responsabilidad de párroco. De una parroquia no muy grande. Y la atención a los inmigrantes de un modo especial. Mi trabajo consistía también en ser responsable de la comisión de la marginación a nivel provincial.
                Duro poco mi experiencia, por dificultades de entendimiento entre los miembros de la comunidad, pero sobre todo por presiones que recibí dado que mi “apoyo” a la pastoral juvenil en aquella época no era muy ortodoxa. O mejor, mi implicación no era considerada favorable a la misma. Esto me granjeó enemistades tanto dentro de algunos miembros de la comunidad como de laicos comprometidos en la parroquia.

Año 2003 obediencia para Badajoz con el Padre Camilo, p. Juan Miguel, Aladino y posé María,  Chema

                La responsabilidad que se me encomendó fue además de ser párroco de la Iglesia Ntra. Sra. de la Asunción, la continuidad de un trabajo de marginación llevado a cabo los años anteriores por un religioso, el p. Eugenio que falleció ese año.
                Llevábamos también la responsabilidad de la comisión de la misión y a la vez era responsable de las caritas interparroquial de la ciudad de Badajoz. Nuestro proyecto consistía en la atención de una barriada muy desfavorecida con personas en vías de exclusión social cuando no completamente metidos en la exclusión pura y dura. Fue una experiencia muy gratificante. Realizamos varias tareas de acercamiento a los sectores más desfavorecidos y sobre todo realice también un trabajo muy gratificante en la educación de los niños y adolescentes que soñábamos con que salieran de ese ambiente tan cosificador en el que vivían. Algunos de ellos fueron monitores de los mismos niños.
Posteriormente la comunidad se sentía desbordada y la mayoría de edad de varios de los miembros hacía inviable la realización de una pastoral inserta en dicho ambiente. Los refuerzos eran pocos por la escasez de personal y al final tuvimos que cerrar la casa. Fue un dolor grande porque se acababa todo un proceso de transformación de la realidad y se terminaba con el sueño largamente acariciado de acompañar a los pobres en esa realidad.

 

Año 2006 obediencia para Diego de León. Periodo de 6 años. Varios oblatos: el superior P. Eutimio, y más de 12 hermanos.

                Se me pidió formar parte de la comunidad de Diego de León, en ese momento casa de la sede provincial. En la comunidad residía el provincial, el ecónomo provincial y atendíamos a varios ministerios: la parroquia o el despacho parroquial, las capellanías de pozuelo de Cluny y de La Mina atendiendo la preparación de los niños de primera comunión, sus padres así como la atención pastoral del colegio; fui encargado del grupo de liturgia, un grupo de profundización en la moral social y me implique en la atención a caritas específicamente en lo referente al trabajo con inmigrantes. Además de todo ello en los últimos años fui nombrado consejero provincial, y uno de los componentes del equipo para la unificación de las dos antiguas provincias de Italia y España.
                Tengo que decir que fue el periodo de mi vida donde me sentí plenamente integrado, plenamente capacitado para todo el trabajo que realice y cuando con más fuerzas me encontraba. Es por así decir la época de mi vida en la que me sentí misionero junto con la experiencia de mi estancia en Badajoz. Fue sumamente gratificante la atención que llevé a cabo por mandato provincial de atender también a los hermanos de comunidad más enfermos y que requerían una atención especial. Puedo decir orgullosamente que atendí a los oblatos en el último momento de su vida y esto fue para mí muy conmovedor y grato ya que pude apreciar hasta donde la enfermedad y la debilidad no opacan la valentía para seguir siendo fieles hasta el final de los días. Muy aleccionador los testimonios de docilidad al Espíritu que vi reflejado en la forma de afrontar las enfermedades de los hermanos.

Año 2012: obediencia para Cadiz. Compañeros: Camilo, Joseph, Paolo y Alberto.

                Después de la experiencia en Diego de León y cuando la provincia se iba poco a poco debilitando por la continua salida de varios miembros lo que me dolió muchísimo, me piden que me enrole en el equipo de pastoral rural de la comunidad de Cadiz como superior y párroco de dos parroquias. No me supuso problema por la trayectoria y la experiencia que había ido poco a poco adquiriendo, aunque la realidad que me tocó vivir no fuera todo lo agradable que a primera vista se veía.
                La comunidad al principio estaba compuesta por un padre que había venido de Uruguay, italiano y otro padre que estaba en España desde hacía poco tiempo venido de la India. Se completaba la comunidad con otro padre que había sido misionero en El Sahara durante muchos años. Por tanto era una comunidad de misioneros. Una comunidad además donde reinaba la paz, la concordia, el respeto mutuo. Una comunidad en la que puedo decir que como superior me sentía respaldado y además inquieto en proponer nuevos caminos de apostolado. Haciendo lo que hacíamos de forma comprometida e implicados por nuestra condición de misioneros y no meros sacerdotes al uso. Esto nos hacía se creativos, trabajando en la parcela de la misión rural que había sido una de las prioridades de nuestra provincia.
                La segunda etapa fue más dolorosa. Y poco a poco la comunidad fue perdiendo espontaneidad, sinceridad, y respeto por el trabajo que realizaban los miembros de la comunidad, surgieron celos pastorales, rencillas, y poco a poco el ambiente se volvió enrarecido. No estamos exentos de estos problemas y es bueno conocerlos para no llamarnos a engaño pensando que la comunidad es algo idílico. Lo idílico dura poco tiempo. 
                Fue una etapa muy triste tener que dejar nuestra implicación en la comunidad. Fue también muy duro tener que cerrar una labor pastoral que había empezado hacía ya más de diez años. Poco a poco se fue debilitando también nuestro deseo de implicación profunda y poco a poco se dejó de lado lo más importante: el amor por los pobres y por los marginados. En este periodo me quedo con la implicación que tuve en la parroquia encomendada, con la implicación en la atención a los enfermos, muchos de ellos incluso dándoles los últimos sacramentos. Con la atención a personas necesitadas de lo más básico: faltas de cariño y de afecto. Para mí era esencial hacerme querer y darme y entregarme a todos sin particularismos.

           
Me quedo en este periodo con haber hecho un promedio de 17 bautizos por mes. Y un número mayor de entierros. De haber hecho un promedio de 60 comuniones por año y también haber realizado unos 10 matrimonios. Y algunos bautizos de adultos. Pero sobre todo de haber entablado relaciones amistosas con personas de otra religión y de haberme granjeado alguna que obra enemistad por ser consecuente con mi planteamiento de vivir mi fe y exponerla.

Año 2015 he recibido obediencia para la zona de Italia, en la isla de Cerdeña.


                Después de los años vividos en Cádiz, he llegado a la etapa de mi vida más dura podemos decir. Las fuerzas van fallando, hasta la salud se resiente, y un detalle uno ya nos capaz de abrir. Espero que el futuro me depare nuevos horizontes en los que voy a seguir siendo lo que he sido, mejorando las equivocaciones, y comprometiéndome en campos inexplorados pero no desconocidos.

De toda tu vida entregada, ¿podrías contarnos algunos de los momentos más felices? ¿Y algunos de los momentos más difíciles o tristes?

                Momentos felices: aquellos en los que he sido considerado un buen tipo. Una persona alegre, optimista, en una palabra, integrado y satisfecho con mi labor y mi implicación: han sido momentos en los que sin dejar de atender al grueso de las personas, he tenido una mayor implicación concreta con personas o familias, especialmente en dos ámbitos: personas o familias necesitadas, y personas o familias de las que yo he necesitado. Por ejemplo pongo en el alto de la balanza: las amistades que he ido poco a poco atesorando. Y especialmente las grandes satisfacciones que he sentido cuando las personas a las que atendía, me daban gratificaciones. Como la vez en la que sacamos de la mayor de las penurias  a Chavela, a Ana, a María, a Lourdes, a Raquel, a Ana Carmen, a Juan, a Pedro a la familia Castaño. Y tantas y tantas personas que se me amontonan en la memoria. Puedo decir ojala así sea que cuando me presente ante el Señor le entregue sin complejos mis manos vacías, pero mi corazón lleno de nombres.
Entre las cosas tristes: la situación de indefensión que siente uno cuando ve pisados los derechos de las personas y no puede hacer nada por impedirlo, porque el sistema es injusto. Cuando ves que hay personas en la cárcel que son inocentes y en cambio ves un montón de chorizos que están libres.
Cuando ves personas que no tienen lo necesario para vivir y además están hipotecadas con una familia que no eligieron pero además no encuentran en la sociedad ningún apoyo. Otro momento triste es cuando quieres ayudar y te sientes impotente para hacerlo porque vas a echar manos de recursos y encuentras las arcas vacías… en fin son sensaciones de dolor y de tristeza, pero la mayor tristeza no es que no te agradezcan lo que haces por los demás que también, sino el que los demás no se den cuenta de que todo lo que haces es porque te mueve una Persona que para ellos no es conocida, que te mueve un ideal que ellos no conocen y además te demuestran con palabras o con sentimientos que ni les importa ni lo necesitan… es lo más doloroso.
 Que no conozcan a Aquel que da sentido a mi vida, y que muchas veces no haya sabido transmitirlo. O que muchas veces haya sido inconsecuente con lo que creo y con lo que vivo y por  tanto que mi testimonio haya sido hueco, vacío.

¿Cuál es el fragmento del Evangelio que más te gusta o con el que más te identificas?

Son muchos obviamente no sabría quedarme solo con uno, pero creo que el que más me impactó siempre es la parábola del Hijo prodigo. A veces siento que hoy por hoy soy el hijo mayor que no se alegra cuando ve que otros encuentran la acogida de un padre misericordioso y mi corazón no es comprensivo con los errores de los demás. Cuando soy duro de corazón. Y me siento juzgador de aquellos a los que el Padre recibe en nuevo en su compañía y los recibe como hijos.

¿Qué es lo que más te gusta o resaltarías del carisma oblato?

                Del carisma oblato resaltaría su SENCILLEZ su valoración de lo pequeño. Del saber ser humildes. Recuerdo una definición que constate sobre cómo define a los oblatos el Diccionario Ingles. Los define a los oblatos como Jesuitas del campo. Creo que es muy significativo porque como ellos los oblatos se preocupan de llevar a los hombres al conocimiento de Cristo, pero lo hacen con los medios más pobres y de menos influencia que los jesuitas, además sin ser conocidos. Somos poco influyentes en la vida social y en la vida eclesial, pero somos muy conocidos por los pobres con los que nos relacionamos. Conocidos por los esquimales, los mineros de Bolivia, conocidos por los que han sido víctimas del Apartheid, conocidos por los presos, por los pobres de las favelas de Sao Paulo, conocidos por los peregrinos de Lourdes, conocidos por los inmigrantes en toda europa, conocidos por los habitantes de Turkmenistán o por los afectados por la central de Chernóbil; conocidos por ser los que trabajamos con los niños de la calle, tanto en Bogotá como en Indonesia; conocidos por nuestro dialogo con los budistas o con nuestra implicación en las barriadas pobres de Buenos Aires, el Gurugú; por los campesinos de Teverga, por los presos de Alcalá Meco o las cárceles de Marsella. Por los amigos y amigas que nos contactan en muchos lugares del planeta y que representamos para ellos un modelo de vida cristiana, religiosa y sacerdotal.

¿Qué le dirías a un joven de hoy que se estuviera planteando la vida oblata?

Lo primero que le diría es que conociera a fondo lo que ha hecho que nosotros tengamos hoy una voz propia en la iglesia. Le diría que al conocernos más nos llegara a amar más. Se enamorara primero de Jesucristo que es la razón de ser de nuestra vida. Que intentara ver la realidad desde los ojos de un crucificado. Que se detuviera ante el crucificado para que abriera los ojos a los crucificados de la historia. Que se enamorara de la iglesia. Se enamorara de los pobres a quienes nuestro carisma colocó desde el principio como los destinatarios de nuestros desvelos y de nuestras atenciones. Que no se conformara con poco, que fuera siempre cada vez más adelante en la implicación en la vida del evangelio tal como lo vivió y lo enseño s Eugenio, un joven apasionado por Jesús desde su niñez.  Fuéramos
Le diría que nos conociera. Que tratara con nosotros, que nos preguntara porque queremos seguir siendo oblatos, que nos interrogara y que nos desafiara para que fuéramos cada vez más enamorados nosotros de la persona de Jesus y más enamorados de nuestro carisma.
Carisma por otro lado que abarca muchos ámbitos, pero que en todos ellos quiere ser una presencia viva del sueño de nuestro fundador. Llevar a los hombres a sentimientos humanos, sentimientos cristianos y religiosos para ayudarles a ser santos. Para implicarnos en la transformación de nuestro mundo mediante el conocimiento de lo que los OMI hacen en el ámbito de la paz y la justicia y en defensa de la creación.

¿Qué te gustaría decir a las futuras generaciones de oblatos?


A aquellos que vivieran después de mí, les diría que no olvidaran nunca lo que vivieron sus antepasados. Que no volvieran la vista atrás solo por querer añorar tiempos pasados. Porque todos los tiempos pasados son estériles cuando no transforman el presente. Y sobre todo que agradecieran lo que ahora disfrutan gracias a las penurias que pasaron los anteriores oblatos. Que nunca se avergüencen de los que han pasado por este mundo queriendo hacer el bien aunque muchas veces no lo han conseguido como soñaron. Y sobre todo que nunca se escandalicen por acciones que no sean muy edificantes. Que olviden los errores pasados y que nunca juzguen sin conocer las circunstancias que les movieron a hacer lo que hicieron y les movieron a pensar como pensaron o sentir como sintieron.
¿Te gustaría añadir algo más?


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